Y pongámosle agua a la lenteja
Era el 3 de marzo de 2022. Hacía unos días que Rusia había invadido Ucrania y miles de refugiados comenzaban a llegar a los países vecinos. Según los periódicos de la época, en aquellos primeros días llegaban diariamente a la Estación Central de Berlín unos 15.000 ucranianos.
Daia, brasileña y residente de la ciudad, pronto decidió que necesitaba hacer algo para ayudar. Una cocinera con un corazón enorme, abrió el armario de la cocina y encontró unos kilos de lentejas, una ración de verduras y un corazón del tamaño de el desamparo de esta gente. Allí iba a preparar una sopa muy caliente y recibirlos en la estación. Ese día aún no sabía el tamaño de la necesidad, así que hizo lo que pudo con lo que tenía en casa, pero no tardó ni 24 horas antes de que se diera cuenta de que esto iba a llevar mucho más.
Daia es de Rio Grande do Sul, una de esas personas con las que te sientes cercano después de cinco minutos de conversación. Práctica y cariñosa, siempre está reuniendo a la pandilla, organizando eventos, planeando viajes... ¡pero bah, esta chica no para!
A través de redes sociales, grupos de whatsapp y tocando a la puerta de los vecinos, movilizó un batallón de voluntarios, y de la noche a la mañana, montó una verdadera empresa de catering en la cocina de su casa.
A la mañana siguiente, ya habia recebido a unos 30 voluntarios que se dividieron en funciones. Unos cortaban las verduras, otros cocinaban la sopa. Algunos empacaban, algunos entregaban y otros gestionaban turnos de trabajo y donaciones. Era más organizado que muchas empresas por ahí.
En los días de mayor actividad, había cuatro entregas de 200 loncheras por día. Los primeros voluntarios llegaban a las 7 de la mañana y los últimos se iban alrededor de la medianoche. Trabajo duro para el cuerpo y desgarrador para el alma.
No pasó mucho tiempo para que la “sopa brasileña” llegara en la boca de la gente. Se enteró unos días después de que en un grupo de refugiados de Telegram se había hecho famosa la sopa de lentejas y que ya llegaban a Berlín esperando la calentita. En caminos llenos de inseguridad y miedo, la sopa de lentejas era la única certeza al llegar.
Después de 11 días y casi 6000 loncheras entregadas, el gobierno alemán se organizó y se hizo cargo del trabajo de los voluntarios. Como resultado, “Daia Lentilha ltda” fue desacelerándose gradualmente hasta que, en junio del mismo año, cerró sus puertas. Los voluntarios, que en su mayoría eran extraños, ahora son un gran grupo de amigos. Es otra comunidad que esta increíble mujer ha reunido y mantiene con altas dosis de risa y buen humor.
Daia es realmente especial, tiene esa especie de magnetismo que te hace querer estar cerca de ella. Su iniciativa y generosidad marcaron una vez más la diferencia, pero ella sola nunca hubría podido ayudar tanta gente, porque toda mujer extraordinaria necesita una tribu para hacer historia.
Para las víctimas de esta terrible guerra, aquí les envío toda mi empatía y amor. Y que el mundo tenga cada vez más Daias y menos Putins.